El drama de Netanyahu

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Los partidos políticos son como “kioscos” que le venden ilusiones a la gente me dijo una vez el sociólogo Luis Lev Grinberg de la Universidad Ben Gurión. Pero en vísperas de las elecciones es de esperar que los políticos sean capaces de decir casi cualquier cosa. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, pretende redefinir el campo discursivo de los reñidos comicios generales como un plebiscito entre las simples categorías duales, bipolares o binarias “Bibi” o “Tibi” (Netanyahu versus el diputado árabe Ahmad Tibi), con sus variantes transformativas “derecha” o “izquierda”, “judíos” o “árabes”.

Sin embargo, una mirada poco más suspicaz diría que el detalle más interesante de estas elecciones no se encuentra precisamente en el contenido dramático que el primer ministro le quiere asignar; sino en que podría leerse como una pulseada entre las elites del Estado (el Ejército, la Policía, el Poder Judicial) y el líder populista.

Salvando las distancias y a modo de ilustración, un choque similar quedó patente en el caso de Turquía cuando tras el fallido golpe de Estado de 2016, el presidente Recep Tayyip Erdogan purgó a los miembros de la burocracia estatal (incluyendo la policía, las Fuerzas Armadas, universidades) acusándolos de pertenecer a la secta del predicador islamista Fetullah Gullen. También en Argentina, cuando la Iglesia y el Ejército cobraron autonomía y derrocaron al gobierno de Juan Domingo Perón en la década de los cincuenta.

Notablemente, la oposición a Netanyahu, la agrupación Azul y Blanco (Kajol Labán), que está conformada por tres ex jefes del Estado Mayor: los generales Moshé Yaalón, Benny Gantz y Gabi Ashkenazi, que tienen como compañero de ruta al ex periodista Yair Lapid, expresaría el sentimiento de una suerte de Partido Militar.

El Likud fue creado como una alianza populista multisectorial contra el “establishment”, reuniendo a sectores que habían sido excluidos por los gobiernos de Mapai (encarnación previa del Partido Laborista), incluyendo a nacionalistas, liberales y mizrahim (judíos originarios del Oriente Medio), etc.

En un sistema político atomizado como el israelí donde los partidos mayoritarios alcanzan apenas entre 30 y 35 escaños de los 120 asientos de la Knéset (Parlamento), el “bloque” de partidos es la clave para formar el Gobierno. En este contexto, Netanyahu se ha visto forzado a posiciones algo más radicales para conservar el poder lo que habría provocado la emigración de una parte de sus tradicionales votantes de la derecha liberal. Ahora, con su talento retórico y su redefinición bipolar de la situación, el primer ministro espera disminuir el impacto del anuncio del fiscal general, Avichai Mandelblit -quien reveló sus intenciones imputarlo por corrupción (una decisión que depende de una audiencia previa)-, y que sus electores tradicionales vuelvan a casa.

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