Todas las encuestas recientes publicadas coinciden: Benny Gantz, vigésimo jefe del ejército de Israel, se encuentra en primera posición y se ha convertido en un serio rival capaz de destronar a Netanyahu, temeroso de que la reciente imputación del fiscal general del estado en tres casos de corrupción separados pueda suponer el fin de su carrera política.
Si bien muchos ven a la coalición centrista Kajol Laván (azul y blanco), que agrupa al Yesh Atid del ex periodista Yair Lapid y a otros dos ex jefes de las FDI, Moshe “Boggie” Yaalon y Gabi Ashkenazi, como la mejor apuesta para reemplazar al gobierno del Likud, hasta la fecha la candidatura de Gantz se ha basado más en nombres y rostros que en contenido y políticas definidas.
En Israel la política es extremadamente personalista. Desde que “Bibi” anunciara el anticipo electoral tras el debilitamiento de la coalición gubernamental por la drástica salida del ex ministro de defensa Avigdor Lieberman, voces de peso en la sociedad pedían a gritos una lista conjunta de todos los aspirantes de centro-centroizquierda para aunar fuerzas y así lograr una amplia victoria electoral.
Pero no ocurrió: como contó hace poco Tzipi Livni, que anunció su retirada de la contienda a la Knesset porque las encuestas vaticinaban que no lograría ni el porcentaje de voto mínimo, los líderes “no supieron dejar los egos aparte”. En un romance de último minuto antes de que terminara el plazo para conformar las listas electorales, Gantz y Lapid firmaron la alianza, con la condición de que, en caso de lograr la victoria, rotarían en el cargo de primer ministro cada dos años. Egos a medias.
Sin literalmente ni abrir la boca, el público y la prensa posicionaron al ex militar como principal rival de Bibi. Nadie duda en Israel de que un respetable currículo militar otorga prestigio y reconocimiento automático, más allá de los dotes políticos o discursivos del candidato en cuestión.
En el mercado laboral israelí, un buen rango en las FDI o la pertenencia a unidades como “8200” o “Sayeret Matkal” asegura casi de facto un trabajo bien remunerado y reconocido. En política, puede llegar a suponer un trampolín directo a la residencia de la calle Balfur. En el pasado, dos ramatkalim, ambos laboristas, lograron convertirse en primer ministro: Yitzhak Rabin y Ehud Barak.
DESPEGUE EN REDES SOCIALES
Tras varios flirteos con las formaciones ya existentes, Gantz apostó por lanzar su propia candidatura “Resiliencia para Israel”. Su primer mensaje fue un video lanzado en redes sociales, donde aparecía un plano aéreo de la Franja de Gaza devastada junto a un contador ascendente de “terroristas neutralizados” que superaba los mil y pico. El guiño parecía claro: ante un electorado actualmente escorado hacia el centroderecha y la derecha nacionalista, Gantz pretendió mostrarse en primera instancia como un garante de la seguridad nacional, alegando que “logramos devolver Gaza a la edad de piedra, y ganamos 3 años y medio de calma”.
En otros clips, no obstante, compartía fotos del estrechón de manos entre Rabin y el rey Hussein, que supusieron la firma del tratado de paz con Jordania de 1994. Vino a sugerir que combinará la mano dura en términos bélicos en caso de necesidad, con el talante negociador. Pero, ¿de que negociará y con quién?
Hoy mismo, medios israelíes desvelaban los tótems del programa electoral del partido de los generales. Tanto analistas como sus contrincantes al centro e izquierda coinciden en tildar el plan de “derechista”: mantener Jerusalén unida y bajo soberanía israelí; oposición a cualquier plan de retirada o desmantelamiento de asentamientos judíos en Cisjordania de forma unilateral; mantener el control del Valle del Jordán y los tres grandes bloques de asentamientos… y por otra parte, impulsar una “conferencia regional” para impulsar la “separación con los palestinos”.
Se hace difícil vislumbrar dicha separación sin concesiones territoriales, y más cuando la formación de Gantz evita a toda costa el término “estado palestino” para no ser tachado de izquierdista. En otros asuntos clave, la nueva formación apostará por reformar –que no anular- la polémica ley “estado-nación” para que se más inclusiva con las minorías no judías del estado, o impulsar el transporte público en shabbat en ciudades laicas, una demanda histórica de los sectores seculares y liberales del estado judío, pero que encolerizan a parte del público religioso más conservador.
Respecto al conflicto con los palestinos, la coalición “Azul y Blanco” cuenta con las dos caras de la misma moneda. Por un lado, incluye como número nueve a Yoaz Hendel, historiador y ex director del Instituto del Instituto de Estrategias Sionistas (IZS por sus siglas en inglés), quién afirmó en un plató televisivo que “Gantz se encuentra en el pragmatismo. No habrá más decisiones unilaterales, como la desconexión de Gaza (retirada de asentamientos judíos en 2005 impulsada por Ariel Sharon).” Y exclamó: “¡No hay dos estados ya! No hay ninguna opción actualmente de lograr un acuerdo de paz. Es un dilema que levantan sin ningún sentido”.
Un puesto por encima en la lista se encuentra Ofer Shelaj, procedente de Yesh Atid, quien en el pasado afirmaba que los asentamientos son “un obstáculo para la paz”, y que “la ocupación corrompe a la sociedad israelí, al ejército, la justicia, la prensa y el discurso colectivo”.