Los atletas y los entrenadores españoles se van felices de Glasgow, y repasan el medallero como si no se lo creyeran, y dicen: somos terceros, solo nos ganan Gran Bretaña y Polonia, y son tres oros, dos platas y un bronce, y en todo tipo de pruebas. En triple salto femenino, en heptatlón, en 800m, en 1.500m y en 400m. Y hasta en relevos. Están todos aún sudorosos y con el corazón acelerado después de gozar con el relevo de 4x400m, y de sufrir pensando que el oro podría haber llegado. Los relevistas batieron, con 3m 6,32s el récord nacional que estableció en 2002 el cuarteto liderado por David Canal para lograr el bronce en Viena. En Glasgow fue plata, a cinco centésimas del campeón, Bélgica, y con más de un segundo de ventaja sobre los terceros, Francia.
El presidente de la federación española, Raúl Chapado, habla de su selección y habla de juventud y alma, de pelea y ambición, movido por el espíritu de superar los límites propios. Habla de Quim Erta, quizás, un chaval espigadísimo y veloz, pelo zanahoria alegre y cejas negras, negrísimas, tan serias, que se lanza en la última posta del 4×400. Lucas Búa, ya un veterano de la cuestión a sus 25 años, le ha dado el testigo cuando marchaba primero tras enseñarle a correr una posta un poco a Jonathan Borlee, el belga que con sus hermanos llevó a Bélgica a un oro mundial.
Los belgas se han reservado para la prueba. Ninguno de su cuarteto ha corrido el 400m individual, no como Husillos, de 25 años, que logró la plata en la final y acomete su cuarto 400m en tres días, y Búa, sexto en la final y también pluriempleado el fin de semana en Glasgow. Manuel Guijarro, de 20 años, solo llegó hasta semifinales, pero también se ha machacado. Solo Erta llega virgen y debutante a la final. Tiene 18 años. Ha surgido fulminante este invierno entre con un tercer puesto en el campeonato de España absoluto. Le entrena en Lleida su padre, Quim, como el padre de los Borlee entrena a sus trillizos y a la selección belga.
Y tras la posta relampagueante de Husillos, que le da el testigo con ventaja a un Guijarro que defiende el fortín hasta los últimos metros, y cede, pero poco, para dársela a Búa, el toledano que lleva innata, en la sangre, en el genio y en el cerebro, la ciencia del relevo. Juega con el mayor y más conocido de los Borlee y le pasa finalmente. Le da el testigo a Erta, una flecha. Y sale tan rápido que todos dicen que va a reventar, es un galgo, qué piernas, qué espíritu, y las miradas de los técnicos son de miedo; pero el joven debutante resiste, y Dylan Borlee, en efecto, le pasa, pero Erta no se hunde. Peresevera y pelea, y se deja el alma, y vuelve a acelerar inconcebiblemente, y al final hasta parece que va a alcanzar al belga soberbio, y lanza su pecho, aún estrecho, aún sin la musculatura de los mayores, que ya llegará. Fuerza a los jueces a revisar la fotofinsih, tan encima se echó. Y por un suspiro, por cinco centésimas, no llegó. Pero todos bailaron a su alrededor. Y Husillos, el líder, dijo: “Estoy tan cansado que me pesan hasta los pelos de la nariz. Pero Erta, qué fenómeno”. Y con esa sencilla frase, el palentino de Astudillo, acaba de describir cómo el desarrollo del atletismo español es disruptivo, como les gusta ser a las empresas tecnológicos: no se progresa por proresión sino por ruptura. El relevo generacional –ninguno de los nueve atletas españolesque regresan con una medalla en su maleta tiene más de 25 años, salvo Jesús Gómez, que tiene 27 pero es un novato del atletismo– ha sido más bien una toma de la Bastilla. Y Bernat Erta, medallista a los 18, lanzando a los revoltosos.