Para Garbiñe Muguruza, el reconstituyente tiene nombre y apellido: Monterrey, México. Allí fue donde había ganado su último título hasta este domingo, exactamente hace un año, cuando cerró una sequía de ocho meses y elevó su sexto trofeo como profesional; ahora, de nuevo trampolín, oxígeno y alivio para terminar con una secuencia negativa todavía más prolongada, de un curso completo. Necesitaba la hispanovenezolana un estímulo positivo y otra vez lo encontró en el torneo azteca, imponiéndose en la final a Victoria Azarenka. Con 6-1 y 3-1, lastimada del gemelo derecho, la bielorrusa renunció y Muguruza se coronó en su oasis anímico.
En una semana ascendente, de menos a más, Muguruza fue entonándose hasta agarrar el cetro otra vez. En el cruce definitivo no hubo color, porque apretó desde la primera bola y su rival no pudo más que contragolpear, pero de mala manera. Resolvió el primer parcial con tres breaks (1-0, 4-1 y 6-1) y una exhibición ofensiva con el drive, e inclinó a Azarenka en el segundo pese a que esta última tratara de seguir por todos los medios. Fue atendida en el receso de un set a otro, pero el dolor se incrementó y peloteó a duras penas hasta que la cuarta rotura del partido (a los 66 minutos) le hizo desistir definitivamente.
Mucho mérito el de la bielorrusa, doble campeona del Grand Slam (Australia, 2012 y 2013), número uno durante 51 semanas y que a los 29 años lucha por reengancharse a la zona noble del circuito después de haber sido madre hace tres, con un peliagudo litigio por la custodia de su hijo Leo de por medio. Sin embargo, en la final no tuvo la más mínima opción porque Muguruza (25 años) no se la concedió. Recuperó la hispanovenezolana la versión agresiva y pisó el acelerador con la intención de zanjar rápido al asunto y obtener así un trofeo que le devuelva el punch a tiempo, antes de la gira sobre arcilla.
Una situación muy similar a la de hace un año, cuando también recuperó la alegría después de una larga travesía por el desierto. El 2018 fue adverso y el arranque de esta temporada había transcurrido en una línea similar, hasta este episodio en Monterrey. Su tránsito describía otra vez tropiezos insospechados, contra adversarias teóricamente inferiores –por ejemplo, Niculescu (138 del mundo) en Miami o Andreescu (60) en Indian Wells– y habiendo alcanzado el tope en los cuartos de un evento menor como el de Huan Hin (Tailandia), de modo que el segundo éxito mexicano supone un golpe de timón muy necesario.
“Un título siempre es dulce”, comentó a través de unas declaraciones facilitadas por su equipo de comunicación. “Ha sido un final un poco extraño, porque Victoria se sentía mal, pero es especial haber ganado el año pasado y hacerlo de nuevo”, continuó. “Cada título cuesta y este me aportará confianza, porque un torneo no es solo la final; han sido cinco partidos…”, valoró.
Aunque el título no le reporte ascensión alguna en el ranking de la WTA (seguirá como la 19), Muguruza se reanima y coge impulso en un punto importante del calendario. Se avecina la arcilla y su programa marca Stuttgart, Madrid y Roma como lanzadera hacia Roland Garros, donde atrapó la gloria en junio de 2016. Intentando reencontrarse, sumó su séptimo laurel en la élite y se convirtió en la segunda tenista española que consigue un premio este año, junto a Roberto Bautista (Doha). Ella y Madison Keys (7-6 y 6-3 a Caroline Wozniacki en Charleston) mantuvieron además la dinámica equitativa del presente: son ya 16 ganadoras diferente en lo que va de ejercicio.