La respuesta más habitual a la pregunta de qué ocurre con la grasa que quemamos es que se convierte en energía. Imposible. Si eso fuera así saltaría por los aires la ley en la que se basan las reacciones químicas: la de la conservación de la material, que no se crea ni destruye, se transforma. ¿Se convierte entonces en músculo? Eso es sencillamente imposible. ¿Entonces dónde va a parar la grasa que quemamos cuando entrenamos?
La respuesta es que la grasa se convierte en dióxido de carbono y agua, el primero lo exhalamos y el agua se acaba eliminando o por el sudor o por la orina. Según el artículo escrito por Ruben Meekman y Andrew Brown, si perdiéramos 10 kilos de grasa, 8’4 salen por los pulmones y el 1’6 restante sería agua. Por tanto, gran parte de lo que comemos se va por los pulmones. Hay que tener en cuenta que en el caso de las proteínas una pequeña parte se transforma en urea que también se expulsa por la orina. Hay una excepción entre los alimentos: la fibra dietética (el caso del maíz) que llega a nuestro colon sin digerir. Según los autores en su texto publicado en “The conversation”, “todo lo demás se absorbe en el torrente sanguíneo y los órganos, y se queda allí que lo vaporizamos”.
¿Respirar ayuda a adelgazar?
Pues no. Pero hay una buena noticia para los deportistas. La forma de conseguir aumentar la cantidad de dióxido que produce nuestro cuerpo es poner en movimiento los músculos. La tasa metabólica en reposo (nuestro consumo de energía cuando no nos movemos) se sitúa en unos 600 gramos de dióxido/ día (para una persona de 75 kilos). Pero salir a caminar triplica esa tasa metabólica. A tener en cuenta que mientras dormimos exhalamos 200 gramos de dióxido de carbono. Como referencia, metabolizar 100 gramos de grasa consume 290 gramos de oxígeno y produce 280 gramos de dióxido de carbono y 110 gramos de agua.