Cada día vivimos más acelerados. Desde que comenzara la migración del campo a las grandes ciudades, a principios del S.XX, cada vez son más las personas de todo el mundo que conviven con el estrés. Llevar a los niños a la escuela, el trabajo, los atascos, el transporte público, la relación con compañeros y jefes, las fechas de entrega e intentar llevar una vida de ocio intensa entre las obligaciones domésticas y laborales hacen que muchas personas vivan el día a día con la sensación constante de necesitar un respiro. Los niños no se libran de esta tendencia; el colegio, las clases extraescolares, los deberes y el propio juego hacen que un día cotidiano en su vida esté más lleno de prisa que de tiempo libre. La realidad es que nuestro cerebro no está hecho para convivir con el estrés. Por lo menos no en la intensidad y frecuencia en la que lo experimentamos en nuestra vida cotidiana. El estrés es una reacción que los organismos vivos ponemos en marcha para sobrevivir en situaciones extraordinarias.
Cuando experimentamos estrés, aumentamos nuestro ritmo cardiaco, respiramos más intensamente, mejora la respuesta muscular y nuestras pupilas se dilatan. Es el estado ideal para cazar, enfrentarnos a un león o defendernos de un ataque enemigo. Una respuesta excepcional que desarrolló el cerebro de los reptiles y que incorporamos los mamíferos para enfrentarnos a situaciones de vida o muerte. El ser humano, sin embargo, ha aprendido a generar y controlar el estrés a voluntad para utilizarlo a su favor en distintas facetas de la vida; aunque se pueden englobar todas en rendir más, abarcar más y llegar antes. Las personas capaces de surfear las olas del estrés trabajan más, se involucran en más actividades sociales y de ocio y se sienten, en definitiva, capaces de llegar a todo.
Sin embargo, el estrés, más allá de facilitar una mayor intensidad de respuesta, tiene otros efectos en el organismo que pueden pasarnos factura a corto y medio plazo. Una de las primeras órdenes que envía el cerebro cuando detecta una situación de estrés es la de modificar la función de las glándulas suprarrenales, situadas justamente encima de los riñones, que se encargan de modular la respuesta del organismo para enfrentarse al evento estresante y lo hacen a través de dos hormonas que actúan como neurotransmisores: el cortisol y la adrenalina. Si bien esta respuesta activa aquellos sistemas que nos permiten afrontar una situación de peligro, también inhibe otros sistemas que realizan labores fundamentales para el organismo. Así, cuando sentimos estrés, nuestro metabolismo tiene más dificultades para deshacerse de la grasa que se acumula en el abdomen y el sistema inmunitario reduce su nivel de activación haciéndonos más vulnerables a todo tipo de enfermedades. Como consecuencia, mayores índices de estrés están relacionados con todo tipo de patologías: desde la obesidad, hasta el cáncer, pasando por trastornos del ánimo como la ansiedad o la depresión, patologías vasculares como los infartos y los ictus, y otras de carácter neurológico como el Alzheimer.
Estrés y rendimiento
Los datos que tenemos acerca de cómo el estrés afecta al cerebro son contundentes: cuando estamos estresados nuestro cerebro es menos eficaz. Cuando experimentamos estrés el cerebro tiende a concentrar toda su energía en un único foco de atención. Este estado mental es ideal si queremos evitar ser atropellados por un vehículo que se nos echa encima, pero en otros ámbitos es una desventaja. Por ejemplo, si queremos memorizar un tema de estudio, ser capaces de ir más allá de las palabras concretas para relacionar ideas, fechas y conceptos, es una desventaja. De la misma manera, si queremos evitar los fallos de memoria cotidianos, como olvidar las llaves o la cita con el dentista, debemos ser capaces de tener un nivel de atención más amplio. Este efecto es similar en la resolución de problemas, ya que la mayoría requieren barajar distintas alternativas y tener un pensamiento abierto y flexible. Aunque esta visión sea contraria a la creencia popular, la realidad es que hay una gran cantidad de datos científicos que indican que cuando experimentamos estrés nuestra capacidad para razonar y resolver problemas se empobrece, nos volvemos menos imaginativos y creativos y tendemos a correr riesgos innecesarios llegando a soluciones menos eficaces. Como es lógico, el estrés también afecta al rendimiento deportivo en cualquier modalidad, ya sea deporte de equipo, de resistencia o que requiera altos niveles de concentración, los niveles elevados de estrés dificultan que el deportista obtenga un rendimiento óptimo, ya que reduce la capacidad de respuesta de las regiones cerebrales implicadas en mantener el esfuerzo, cambiar el foco de atención con rapidez o atender a varios estímulos simultáneamente.
El estrés adultera nuestra forma de ser
Posiblemente el lector de este artículo, como la mayoría de nosotros, se siente en esencia una buena persona. Pues bien, un ingenioso estudio llevado a cabo en la Universidad de Princeton demostró que nuestra esencia puede verse ensombrecida por un mínimo grado de estrés. Se sometió a una serie de estudiantes universitarios a un ejercicio en el que debían explicar la importancia del altruismo. Los estudiantes escribieron sus reflexiones durante una hora y pasado ese tiempo tuvieron que ir a entregar el trabajo a un profesor que se encontraba en la otra punta del campus. A la mitad de los alumnos no se les indicó cuánto debían de tardar en realizar el recorrido, mientras que a la otra mitad se les pidió que lo entregaran en menos de 5 minutos. En medio de ese recorrido se situó una persona con un mapa, que pedía a los alumnos que le ayudaran a llegar hasta un lugar determinado. Curiosamente, el 70% de los alumnos que no estaban sometidos al estrés de llegar a una hora concreta ayudaron al desconocido, mientras que solo un 10% de los alumnos “estresados” hizo de buen samaritano. Las personas estresadas tienen menos tiempo para sus mayores, para sus hijos pequeños y para pasar tiempo con sus amigos. También suelen dedicar menos tiempo a aquellas cosas que les hacen sentir bien como sus hobbies, los entrenamientos o el descanso.