¿Cómo influye el deporte en tus emociones? ¿Y las emociones en tu actividad deportiva?

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LAS EMOCIONES “VIVEN” EN TU CUERPO
Se alude con frecuencia a que la mente juega un papel muy importante en las actividades deportivas. Es habitual escuchar que “se juega más con la cabeza que con los pies” o “a mi cuerpo no le apetecía ir a entrenar, pero me mentalicé y…” Si sumamos cuerpo y mente ¿ya tenemos un buen deportista? ¿Son suficientes estos dos ingredientes para conformar la práctica deportiva? No, falta todavía un elemento de gran importancia: las emociones.

Son lo que nos impulsa, nos da fuerza, nos motiva. La palabra motivación deriva del latín motivus o motus, que significa “causa del movimiento”. Es decir, tras el movimiento, hay emoción. Las emociones nos dan la fuerza psicológica necesaria para activar el cuerpo hacia el deporte.

Cuerpo y emociones tienen mucho que ver entre sí. Más que necesitarse, tal vez sean uno solo. Las emociones se alojan en el cuerpo, si no fuera así ¿cómo sería posible sentirlas? Una ligera presión en el pecho puede darme la impresión de estar alegre o triste, un frío trémulo me señala miedo, una tensión en mis mandíbulas y manos me indican rabia… y así con cada una de las emociones. Sentimos todas las emociones en nuestro cuerpo. Por el contrario, la mente y sus pensamientos no se sienten y si llegamos a sentir algo es porque que nos hemos emocionado de alguna manera. Un mismo pensamiento puede emocionar a una persona y no inmutar a otra que no tenga ninguna implicación.
¿Es lo mismo emoción que sentimiento? Se utilizan coloquialmente de forma indistinta pero, para ser más concisos, la emoción es manifestación corporal breve e intensa y los sentimientos es un compendio de emociones más moderadas y prolongadas en el tiempo, y de mayor diálogo con la mente. Añadimos a las emociones el ingrediente de los pensamientos, y, voilà, tenemos a los sentimientos.

DEPORTE: UN DESCANSO PARA TU MENTE
Los pensamientos son una lata ¿a qué sí? ¡Cuántas veces hemos fantaseado para que se nos desenchufara la mente como ocurre con desconectar el ordenador! Tenemos más de 50.000 pensamientos diarios. Demasiados pensamientos. Cabe preguntarse cuántos de ellos son realmente útiles o nos aportan algo. Muy pocos, aunque eso aún no se ha estimado. Muchos pensamientos irracionales, absurdos, repetitivos, supersticiosos y altamente tóxicos pueblan nuestra mente y fácilmente nos rendimos al quedarnos ensimismados con ellos. Como los pensamientos se van al pasado y al futuro de forma pasmosa, nos alejamos del presente y por tanto suspendemos la experiencia vital del ahora.
Pensar más no nos hace más inteligentes. Richard Haier demuestra que las personas más inteligentes usan menos su actividad cerebral y utilizan menos recursos cerebrales que el resto de las personas, gastan menos energía pero son más eficientes. Un descanso mental nos ayuda a ser más resolutivos.

El deporte puede hacer al organismo más eficiente al limitar el cómputo de pensamientos y priorizar más al cuerpo (y sus huéspedes, las emociones). Cuando practicamos deporte, la facultad de pensar es diferente, la mente se hace más volátil puesto que invertimos mayor dedicación a nuestros recursos corporales. Nos pesan menos los pensamientos al prestar una mayor atención al cuerpo. Con ello conseguimos algo estupendo, vivir más en el presente. Al pensar menos, estamos disminuyendo nuestras estancias en el pasado y el futuro (lo que los psicólogos denominamos neurosis: nos duele el pasado y tenemos miedo del futuro). Si observamos a través de los sentidos del cuerpo, y esto el deporte puede propiciarlo, estamos más en el presente. Si hay menos volumen de pensamientos, nos complicamos menos y nos sentimos más vivos, más en el presente.

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?
Diseñamos mundos virtuales llenos de glamour, pero no dejamos de disponer de una naturaleza animal, con un cerebro más rudimentario del que nos solemos atribuir, que apenas ha cambiado en los últimos tropecientos siglos.
Al buscar un sentido a nuestra vida, hemos de pensar en el primer mandato biológico: vivimos para sobrevivir. El imperativo de la supervivencia nos da una gran comprensión sobre cómo funcionamos nosotros, destacando aquí las emociones.

¿Qué función evolutiva tienen las emociones? Son imprescindibles para sobrevivir. Posibilitan que nos comuniquemos con los demás, ya que la expresión de las emociones básicas es universal (idéntica en todos los lugares y todas las culturas). Nos entendemos emocionalmente aunque no compartamos el idioma o permanezcamos en silencio, nos sirve para relacionarnos mejor. Evolutivamente hemos necesitado estar acompañados para sobrevivir. Cazamos y recolectamos mejor juntos y nos defenderemos mejor si somos un grupo poderoso. El amor nos aproxima a los demás y permitirá, entre otras variantes, reproducirnos y cuidar a nuestras criaturas frágiles y dependientes en su primera etapa de bebés. El miedo nos ayuda a anticipar un peligro posible, activándonos para una eventual lucha o huida. La rabia señala al otro que no nos haga daño. La tristeza surge cuando perdemos algo que creemos que nos es necesario. El asco evita lo que percibimos dañino y la vergüenza es la emoción de sentir haber hecho algo malo hacia nuestro clan, tribu o grupo.

Añadamos también que las emociones nos permiten dar importancia a nuestra experiencia. Es como si nuestro cerebro dispusiera de un subrayador fluorescente para remarcar aquellos hechos que pueden tener un significado importante para nosotros, centrándonos la atención en las posibles recompensas o, por otro lado, las amenazas inminentes. De esta forma, nos ayudan a aprender, recordar y después prever los sucesos importantes. Es decir, sobrevivimos gracias a la facultad que tienen las emociones para relacionarnos favorablemente y reconducirnos hacia una vida más previsible y segura.

Las emociones también son protagonistas inexcusables en la toma de decisiones. Creemos que cuando pensamos solo utilizamos la mente racional. Los neurocientíficos han demostrado con numerosas investigaciones de neuroimagen que en las decisiones hay un gran peso subcortical, es decir, hay una base inconsciente y emocional. Dicho de otro modo, el componente emocional es decisivo en las decisiones. Permite sentir qué debemos hacer. Jonah Lehrer muestra con sus metaestudios neurocientíficos que el cerebro emocional es especialmente útil cuando hemos de tomar decisiones difíciles, cuando nos sentimos abrumados por la ingente cantidad de factores a tener en cuenta. Parece que mandar a paseo tanto análisis y decidir según las sensaciones predice mayores aciertos en las decisiones. Las decisiones más difíciles son las que requieren más sentimientos y sensaciones.

EN BUSCA DE LA FELICIDAD
El cerebro busca seguridad, está diseñado para ello. Nuestra maquinaria biológica tiene sus engranajes construidos especialmente para garantizarnos seguir con vida. La seguridad es el objetivo principal del cerebro y organismo. La felicidad es un lujo, no hay una tecla que nos la proporcione automáticamente. En el Área Tegmental Ventral del cerebro se sitúa el centro del placer pero… eso no es la felicidad.

Cuando hay amenazas o peligros, reales o imaginarios, nuestros recursos personales se centran en garantizar la supervivencia, no cabe detenerse en la búsqueda de la felicidad. Si estamos seguros, física y mentalmente, podremos aspirar a sentirnos felices. En esta sociedad que vivimos tenemos muchas más posibilidades de lograrlo que antaño, cuando asediaba con mayor proporción guerras, plagas, violencia, precariedad y un desgraciado etcétera. Con calamidades cuesta mucho más ser feliz. Sí, actualmente hay pobreza y violencia alrededor nuestro y también hay países en conflictos bélicos. Pero, siendo sinceros, en líneas generales, vivimos mejor que nuestros antepasados. De hecho, en nuestra sociedad se destaca el consumismo y el ocio, no solemos caminar por la calle temiendo no regresar jamás a nuestras casas. Nuestro cerebro, buscador de peligros, no ha de trabajar mucho porque vivimos más o menos de forma confortable (eso espero y deseo en el lector). Al minimizar la actividad de nuestro cerebro centinela podemos emplear nuestros recursos en encontrar la felicidad.

La felicidad es una suma de aspectos externos e internos. Las personas expertas en el factor de la felicidad tienen en consenso que es más una cuestión de actitud que de tener bienes materiales. En cualquiera de los casos, encontrar la felicidad supone un esfuerzo más allá del habitual funcionamiento del cerebro. El cerebro busca seguridad y hemos de cambiar ese discurso para optar a sentirnos más realizados. A más seguridad, habrá menos libertad. Si vivimos para sobrevivir únicamente, tal y como nos ordena la biología, no dispondremos de mucha libertad. Y a más libertad, menos seguridad. Es decir, seremos más libres si la seguridad es un asunto de menor importancia. Aunque, hay que tener cuidado, mucha libertad es libertinaje, es decir, libertad sin responsabilidad. Renunciar a la seguridad es una ineptitud. En la vida conviene tener un pie en la seguridad y otro en la libertad. Los extremos son malos, ambos valores son importantes y juntos nos proporcionan dignidad.

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